7 de mayo de 2012

Recuperar la historia del 'Galatea'

Proyecto para recuperar (de momento, vía web) las historias personales e imágenes del que fuera buque escuela de la Armada Española 'Galatea' (ex 'Glenlee') entre 1922 y 1959 y que ahora descansa sobre las aguas del puerto de Glasgow.

El buque 'Galatea'. Foto: Wikipedia
La noticia original:
Al rescate del buque escuela 'Galatea' (Diario de Cádiz, 07/05/2012)

2 comentarios:

Arminio dijo...

En un caluroso día de verano, después de tres interminables jornadas de viaje, el sol deslumbraba la mirada somnolienta de un vivaz joven, cuando por fin se detuvo el tren correo que llegaba quejumbroso a la estación de destino.

Al pisar el andén se vio envuelto en una bulliciosa masa de viajeros, entre los que destacaban marineros vestidos de blanco y algún Lepanto que otro, girando sobre los dedos de algún sonriente muchacho.

En ese instante notó en su interior un estremecimiento al sentir que su vida ya no sería la misma. Su soñado deseo de poder hacerse a la mar, se vería cumplido mucho antes de lo que esperaba, pues allí mismo y a escasa distancia, le esperaban tres mástiles con vergas cruzadas, que en breves días después de finalizar el período de instrucción, inflarían sus velas y pondrían rumbo muy lejos de su hogar.

Días antes aguardaba inquieto, sentado en el duro banco de madera del vagón de tercera clase, la hora de partida desde su pueblo natal. El tren al comenzar a moverse parecía vomitar humo y fuego, dejando lentamente atrás el familiar entorno del joven, repleto de naranjos y limoneros que después de haber dado ya su fruto cubrían el campo de vistosos colores tamizados por el verdor de sus hojas.

Al asomar su cabeza por la ventanilla, un torbellino de aire fresco envolvió su cara que dirigía con cierta tristeza a un pequeño punto cada vez más lejano, y del que ya solo llegaba a divisar el campanario de la iglesia, rodeado de incontables casas encaladas de blanco con sus resplandecientes tejados rojizos, que aún en la distancia podía reconocer individualmente.

A los pocos minutos y ante su atenta mirada, con lágrimas en los ojos, apenas distinguía del núcleo urbano un punto blancuzco entre las copas de los verdes árboles, y al fondo la montaña. Al girar la cabeza hacia la dirección del viento, el aire enjugó rápidamente sus húmedas mejillas notando como si diminutos cristales de sal le quemaran el rostro.

Después de un incesante deambular por las calles ferrolanas, ya al ocaso del día, decidió dirigirse al cuartel. Era noche cerrada cuando a los recién llegados se les ordenó formar en el patio de armas.

Rápidamente se les hizo pasar por la peluquería para despojarlos de su más ostensible seña de identidad, el pelo. Se lo raparon al cero y luego hicieron una visita a las duchas para posteriormente abandonar definitivamente la ropa de paisano por el uniforme de faena de color gris naval.

Según se iban vistiendo salían al patio de armas haciendo corrillos donde intercambiaban impresiones de su nuevo aspecto. Un nutrido grupo de muchachos compartían ilusionados, bromas y juegos. Entre ellos destacaba un zagal, originario de un pueblo asturiano que alegre y risueño hacía comentarios llenos de optimismo y esperanza ante las nuevas expectativas que se le ofrecían.
Hablaba de la alegría que supuso la llegada de los correspondientes documentos para su incorporación al Cuartel de Instrucción de Marinería de Ferrol.

Ante estas novedades, la noche iba avanzando y todos aceptaron de buen grado un buen tazón de cacao con leche, que se sirvió como cena a los recién llegados y que les preparó para un merecido descanso después del agotador viaje.

Bitacora dijo...

Prologo.
Creo que las aletas de tiburón dan mucho de que hablar, y no sólo como trofeo de pesca de aquellos voraces escualos que servían luego de alimentación fresca y nutriente para los también voraces hombres de la tripulación del Galatea.

Imagino el espectáculo en mar adentro, con las velas desplegadas, el sonido de la tela con el viento y el tintinear de pastecas, motones, y cabos contra los mástiles enarbolados hacia el cielo y los hachazos de la proa con el devenir de las olas.

En ese momento una voz rompía la metódica, monótona y suave melodía de la máquina y la mar. La voz del atento guindola, que recorría como un rayo toda la cubierta del velero. E instantes después el corneta Aquilino daba el aviso general de la danza del animal sobre las olas en su lucha por la vida.

Todos en cubierta, como novedad de la cotidiana navegación, se asomaban por la borda para contemplar como era izado a bordo ese tiburón de varios metros de longitud de piel brillante y escurridiza, que se revolvía dando coletazos, para zafarse de aquella garra mortal que se había atenazado como alimento en su garganta.

La cubierta del velero gemía bajo la presión de su poderosa cola, que en los últimos momentos de su vida arrebatada al océano, se negaba a ser víctima fuera de su vital medio.
En torno a esa aleta de tiburón, discurre la vida de esos muchachos que la colgaban en los penoles de las vergas, dando fe de sus hazañas, que no se limitaban a la pesca, sino a la navegación, a la mar, a las dificultades para la supervivencia ante la indómita y dura naturaleza y ante la dura disciplina a bordo.

Ahora, pasado el tiempo se recuerda con cierta nostalgia e incluso como una airosa y alegre aventura, pero en aquellos momentos de adversidad, no todo era tan fácil como narran esos muchachos Especialistas de Maniobra. El paso de los años ha dulcificado enormemente, esos momentos y el sabor agridulce vuelve a su paladar, como un vino reposado que en el caminar del tiempo, solo da excelencias.
Aprovecho una vez más, para beber de la inagotable fuente de vivencias de esos aventureros de la mar, en un buque que se movía merced a sus templadas manos, certeros pies y ágil mente.

Muchachos a los que yo, sin conocerlos, los imaginaba y admiraba cuando mi mirada, recorriendo los palos del Galatea, se iba alzando hacia el azul del cielo.
Esos jóvenes han sido el alma de este libro y se ha escrito pensando en ellos, en aquellas dotaciones que han dado vida al velero Galatea y especialmente en : Miguel Gómez Ruiz y José Castrillon Mesa.

Comenzamos estas narraciones en tierra y recordando al Galatea, no sin antes describir un pequeña reseña histórica del velero.

(Prologo de Alberto Vera Meizoso y Arminio Sánchez Mora.)

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